martes, 6 de febrero de 2024

419. Casi mil días

 Lo que no se cuenta, nunca será recordado. Lo que no se escribe es como si no hubiera pasado. Por eso voy a escribir esta historia: para que se recuerde.

Tal día como hoy de hace 87 años, la noche del 6 al 7 de febrero de 1937, en nuestro pueblo acaecieron unos sucesos trágicos: varias personas consideradas de derechas fueron asesinadas a bocajarro en sus propias casas, después de que un grupo de exaltados llamara a sus puertas. A Villanueva del Rosario, que desde el inicio de la rebelión militar (Alzamiento Nacional lo llamaron) del 18 de julio del 36 había permanecido fiel a la República, aquel día llegaban de Archidona noticias alarmantes: las tropas que se dirigían a la conquista de Málaga entrarían por la mañana en el pueblo. Y antes de irse hicieron lo que hicieron.

Tanto los que aquella trágica noche habían perpetrado la masacre, como los que durante los nueve meses que el pueblo estuvo bajo el gobierno socialista y comunista cometieron actos sangrientos de venganza y revancha contra la gente de derechas o se habían destacado por sus ideas políticas, tuvieron que salir huyendo pues ya sabían lo que estaba pasando en otros pueblos una vez que entraba en ellos el ejército de Franco. La venganza era y fue terrible.

Yo, de niño, oía a las mujeres hablar en voz baja de las 'corrías', la huida por la sierra o por la carretera de hombres, mujeres y hasta familias enteras, buscando refugio en Málaga. Pero al día siguiente, el 7 de febrero, una vez que los nacionales entraron en la capital, todos los que habían huido del pueblo tuvieron que unirse al éxodo masivo, lamentable y trágico (la 'espantá') por la carretera de la costa que va de Málaga hacia Almería en busca de refugio en las pocas provincias que permanecían fieles a la República. Y ya sabemos, porque se ha contado de voz y por escrito, lo que pasó y todo lo que pasaron aquellos fugitivos.

Pero volvamos a la historia que les había prometido.

Antonio Luque Galeote vivía en calle Desengaño con su mujer, y sus hijos, y aquella noche de febrero también tuvo miedo por lo que podía pasarle. Dijo "María, me voy para Francia" y en plena oscuridad salió del pueblo en dirección a la sierra. Pero mientras corría a trompicones por el campo le invadieron algunas dudas y algo de esperanza.

Él no se había destacado; es verdad que había asistido a reuniones de los socialistas y comunistas; también estuvo alguna vez en la iglesia a la que, tras quemar las imágenes, los ornamentos sagrados y los viejos libros de bautismos, bodas y defunciones habían convertido en la Casa del Pueblo; Antonio fue, porque se lo mandaron, a los cortijos de los ricos a requisar animales y trigo; quizás alguien lo había visto con un fusil, que nunca disparó; pero él no había matado a nadie; no tenía las manos manchadas de sangre. Pero también sabía que, por menos de eso, en los pueblos recién tomados por el ejército, los falangistas habían fusilado a cientos, a miles de personas, muchas de ellas inocentes, sin ningún tipo de juicio.

Antes de que se hiciera de día, en silencio y pegado a las paredes, volvió al pueblo: pero no fue a su casa. Pasó de largo y se dirigió a la plaza de la iglesia, a la casa donde vivía su hermana Eloísa, situada en ese entrante sin salida que hay por encima de la casa de Diego Repiso; donde ahora vive la Paquiló de Frasquito. Llamó y, asustados, se levantaron Eloísa y su marido, Antonio Gaona Argamasilla. Recelosos abrieron la puerta, ella reconoció a su hermano y lo hizo entrar tras cerrar la puerta sin hacer ruido. "Me iba a ir, pero es que yo no he hecho nada, y por eso me he vuelto". "Te esconderemos aquí hasta que esto pase" le dijo su hermana. Y lo llevó a una cámara pequeña donde le prepararon un colchón, todo eso en silencio por miedo a que los escuchasen los vecinos y porque las dos hijas de Eloísa, Francisca de doce años y Laura de seis, estaban dormidas y con el trajín podían despertarse.

La mañana de aquel día 7 de febrero entró en el pueblo camino de Málaga el Regimiento Castilla, unos doscientos soldados con sus oficiales y mandos. Los que durante meses habían vivido asustados, amenazados o ultrajados, salieron alborozados a recibirlos haciendo el saludo fascista, diciendo Viva Franco, Arriba España y cantando el Cara al sol. La artillería lanzó algunos obuses que explotaron en la sierra como aviso a los que todavía pudieran estar escondidos en alguna cueva. Pero mientras unas puertas se abrían de par en par con la llegada de los suyos, otras muchas permanecían cerradas. Dentro, la gente que no había huido mantenía la esperanza de que, aunque se hubieran señalado en algo, pensaban que a ellos no les iba a pasar nada. Por eso no habían huido.

Y enseguida vinieron las venganzas, los arrestos, las delaciones y las muertes. Solo una semana después, la madrugada del día 14, once hombres fueron asesinados en los aledaños del puente del Trabuco. Antonio Luque Galeote seguía escondido en casa de su hermana mientras que todos los vecinos, incluida su mujer, creían que él era uno más de los que se habían escapado camino de Francia.

En los meses siguientes hubo registros, detenciones y fusilamientos (más de sesenta) en las paredes del cementerio con la triste circunstancia de que víctimas y verdugos eran vecinos del mismo pueblo. La guardia civil tenía una lista de sospechosos e iba comprobando casa por casa por si a alguno se le había ocurrido esconderse. A Antonio lo buscaron una y otra vez en su casa y María, su mujer, les enseñaba a los civiles y a los falangistas las habitaciones sin miedo porque estaba convencida de que su marido había huido. A la casa de Eloísa también fueron muchas veces a buscarlo y, cuando llegaban los civiles, Antonio se escondía en un refugio que tenía preparado en el patio, encima de un cobertizo cubierto por una taramera; entre las ramas de leña y palos de olivo tenía su madriguera para ocultarse de los que venían por él. Registraban, indagaban y preguntaban y la respuesta siempre era la misma: "Mi hermano se fue y estará sabe Dios dónde".

Eloísa se peleó con todas las vecinas; no quería contactos con ellas para que así no vinieran a su casa de visita. La puerta la tenía siempre cerrada. Cuando lavaba la ropa de su hermano, la tendía camuflada junto con la de su marido. Francisca, la hija mayor, ya estaba al tanto y nunca dijo nada; pero cuando Eloísa tenía que apartar la comida para llevársela a su hermano a la cámara, a Laura, la pequeña, siempre la mandaba por algún recado. Pero un día Laura dijo. "Yo me escondo debajo del pesebre para no verla subir la comida. Yo sé quién está arriba". Entonces Eloísa, la madre, se echó a llorar porque temía que la indiscreción de una niña de pocos años descubriera el secreto que aquella casa encerraba. Laura tranquilizó a su madre: "No te preocupes, yo no diré nada". Y cuando iban al campo a recoger aceitunas y la gente hablaba de los huidos, Laura, a pesar de su corta edad atinaba a decir: "Yo de eso no quiero saber nada".

Pasaban los día, la semanas y los meses y Antonio, después de más de un año encerrado en aquella habitación, había desgastado el suelo de tantos paseos que dio, la cabeza se le cubrió de canas y tenía la cara pálida de no darle el sol. Había días que se desesperaba, decía que no aguantaba más e insistía una y otra vez en que quería salir y ver a su mujer. Su hermana apenas podía contenerlo y temía que se escapara y le hicieran algo porque las cosas no habían cambiado mucho.

Con lo de la mujer tuvo que ceder muy a pesar suyo. Un día Eloísa se presenta en la  casa de su cuñada, entra, la llama aparte y le dice: "María, mi hermano no se ha ido a Francia. Mi hermano, tu marido, está en el pueblo, escondido en mi casa desde la noche de las corrias, y esto no lo sabe nadie. Bueno, ahora lo sabes tú y él insiste en que quiere verte. Puedes venir a mi casa como si fueras de visita, puedes verlo, pero no dirás nada a nadie y como te quedes preñada tendrás que decir que es de otro". Y así a Antonio se le hizo más llevadero el cautiverio.

Habían pasado más de dos años y el 1 de abril de 1939 desde Burgos la radio dio la noticia de que Franco había ganado y la guerra había terminado: empezaba el Primer Año Triunfal- En el pueblo se notaba que la situación empezaba a estar algo sosegada y ya había quien reconocía que muchos de los muertos eran personas inocentes y algunos habían sido víctimas de falsas denuncias enconadas por viejos rencores.

Había otra circunstancia que ponía en peligro la seguridad del escondido. La casa donde vivían Eloísa y Antonio era alquilada y el dueño se había reservado una habitación en la que guardaba muebles y otros objetos que vendía a la gente. De modo que, más de una vez, había entrado en la casa, incluso acompañado, para vender algo de lo que tenía guardado. Por suerte, a Antonio nunca lo vieron.

Eloísa sentía cómo su hermano estaba cada vez más nervioso. Un día decidió ir a ver a Pepe Marcos, un hombre de derechas pero que intentaba pacificar los ánimos de los que se guían pidiendo venganza. Le dijo: "Mira, mi hermano Antonio me ha escrito desde Francia y me pregunta que si puede volver porque como tú sabes él no hizo nada. Y si tú dices que puede volver y luego lo matan, la culpa será tuya". Pepe Marcos no le prometió nada pero dijo que iba a hablar con los del ayuntamiento y con Levaúra.

Levaúra era un hombre rico, con ideas de derechas y que se había tenido que ir del pueblo porque temía por su vida y la de su familia. Estaba en Archidona y su hijo, casado y con su mujer embarazada de siete meses, insistía en ir a verla. El padre le decía que se esperara, que las tropas de los nacionales iban a entrar pronto en el pueblo. No le hizo caso y, joven como era, cogió una escopeta y se dirigió hacia el Rosario. Alguien lo vio y se lo dijo a los que lo buscaban. Lo encontraron y huyendo de los que lo perseguían se parapetó entre unas rocas de la sierra por encima del Nacimiento, justo en el sitio en el que colocarían después una cruz. Poco pudo resistir. Lo asediaron, lo mataron, arrastraron su cuerpo hasta el llano que hay junto al río, lo castraron y sus partes se las arrojaron por una tapia al patio donde vivía su mujer. Y allí lo dejaron tirado por tierra.

Levaúra, el padre, se había enterado de que Antonio Luque, que estaba trabajando en una tierra cercana, cuando se fueron todos y dejaron el cuerpo de su hijo ensangrentado, se había acercado, le limpió como pudo la sangre y le cubrió la cara con su pañuelo. Además, puso unas piedras para que los pájaros no lo picotearan. Alguien vio lo que Antonio el Currito había hecho y se lo dijo a Levaúra. Lo que hizo aquel día sería su salvación.

Ya bien entrado el verano de 1939, una mañana se presenta en la casa Pepe Marcos junto con alguien del ayuntamiento. "Mira, tu hermano puede venir de Francia cuando quiera porque no le va a pasar nada. Escríbele y se lo dices". Al oír aquellas palabras, Eloísa se echó a llorar, y entre sollozos y lágrimas de alegría le dijo: "Mi hermano no está huido en Francia. Mi hermano está aquí. Lo he tenido escondido en mi casa todo este tiempo".

Cuando Antonio Luque Galeote, el Currito, salió a la calle después de treinta meses encerrado, no era el mismo, parecía otro. Pero estaba vivo y pudo contarlo.

Antonio y María




Antonio en La Linde un Día de la Virgen

Aquí está Eloísa, Eloísa María, Eloísa hermana de Antonio y Laura

Y aquí también estoy yo hace ya sesenta años.



6 comentarios:

  1. Es una historia para hacer una película, la había escuchado en la familia. Qué tiempos, y el miedo. Está muy bien dejarla por escrito para que no se olvide. Un beso papá.

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  2. Me recuerda a la película La trinchera infinita, es una historia similar.

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  3. Juan Cristóbal Ramos Torres12 de febrero de 2024, 17:01

    Como ese dicho que anda por ahí. -"Los pueblos que no conocen su historia, están obligas dos a repetirla". ¡Por Dios! que no vuelva a ocurrir jamás. Por desgracia, en mi familia se sufrió muchísimo con esa guerra fratricida.

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  4. Acabo de leer la historia y aunque tenía conocimiento de ella por hablar en la familia en algunas ocasiones, no deja de estremecerme...Ayer coincidentemente estuvimos unas amigas y yo en el nacimiento y subimos a la cruz. Me hice algunas fotos y en una de ellas, bajo la cruz veo una cara dibujada en las rocas.

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    1. Es una historia que conocía de primera mano, me la han contado mi abuela y mi madre muchísimas veces. Siempre he pensado que es una historia con la que se podía hacer una película. Paco me alegro mucho que la hayas escrito, es una forma para que perdure en el tiempo, gracias Paco . Soy Eloísa María.

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  5. Qué historia tan estremecedora! por lo real y por lo cercana en el tiempo. Mi tío Antonio del Turco murió de tuberculosis durante la guerra y yo siempre he querido saber qué pasó. Hace muy poquito tiempo me lo ha contado mi prima Rosalía.
    Mi abuelo Liborio huyó a la sierra y tampoco sé por qué.
    Y de noche, cuando estoy en mi casa de las Huertas, tengo que tener las porteras de las ventanas cerradas porque "abiertas con la luz encendida somos un blanco fácil" esto es lo que he escuchado desde pequeña. Creo que todas estas historias deben escribirse y escucharse. Gracias por escribirlas y por hacer que las demás personas nos hagamos preguntas.

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