sábado, 16 de mayo de 2020

270.- La loca del Ventorro

En el habla coloquial hay algunas expresiones en las que aparece el nombre de una persona que en su momento dijo o hizo algo por lo que mereció quedar plasmado en un dicho popular. Aunque es verdad que con el paso del tiempo estos dichos y nombres se van olvidando, merece la pena recordarlos y explicar su sentido pues forman parte de la pequeña historia de nuestros pueblos.

De una persona tranquila, que no se inmuta por nada y que todo se lo toma todo con calma, acá decimos que es más calmoso que Canelas. En efecto, este personaje de finales del siglo XIX fue famoso en nuestro pueblo por la flema que tenía y por las anécdotas que de él se contaban; ya hablamos de Canelas en una entrada del MURRE. Cuentan que su mujer andaba todos los días con la tabarra de que quería ver Málaga, hasta que una mañana temprano Canelas le dijo: "Arréglate que vamos a Málaga". Cogieron carretera y manta, pasaron por Colmenar y, por la antigua carretera de los montes, llegaron al Alto del León, cerca de la Fuente de la Reina. Desde aquella altura se ve a lo lejos Málaga y el mar. "¿Has visto ya Málaga?" le dijo Canelas a su mujer. "Pos vámonos pa´l Sauseo". Y se volvieron.

Pasar más hambre que los perros de Valerio es el colmo de la penuria alimentaria. Se cuenta que a Valerio, un hombre pobre que vivía en el Arroyo, le gustaban los perros y tenía de ellos una jauría, tan hambrientos como el propio amo. Si Valerio recababa algún trozo de pan, antes de dárselo a los perros lo metía en el fondo de un cubo con agua; para llegar al manjar, los pobres animales habían de beberse previamente el agua sin tener ni pizca de sed. Dicen que luego se cagaban como mirras. Los días de solano, si los sacaba a pasear, el viento los levantaba en vuelo a los pobres animales de puro flacos que estaban. Valerio decía: "¡Mira qué retozones están hoy!"

El dicho saucedeño estar como Sobaco con sus Araleos equivale al de estar como Mateo con su guitarra: sentir alguien gran alegría y satisfacción por la posesión de algo, que por poco valor que tenga, le hace inmensamente feliz y de lo que no para de presumir.

Más suelto que la morcilla de Miguel Palma se emplea para referirse a alguien que hace siempre lo que le viene en gana, no obedece y se salta a la torera las normas. Habría qué saber quién fue aquel Miguel Palma y por qué ataría tan mal las morcillas.

Una viña al lado de un camino, si es el tiempo en que las uvas están maduras y el dueño no anda cerca para guardarlas, siempre ha sido una tentación para los caminantes. Y más en los años del hambre que fue cuando Pepe el Gamba sembró una viña en el cerro Bastián, en la ladera que da al oeste, hacia la carretera. Él la vigilaba con tesón, incluso espantaba a gritos los gorriones que también querían su parte; pero los presuntos ladrones esperaban a que Pepe abandonase la choza para llevarse unos suculentos racimos de uva tempranilla. Del dicho castellano Esto es una viña sin amo aquí pasamos a nuestro Esto es la viña de Gamba, con el que se indica que hay cosas que pueden conseguirse de manera fácil y con poco esfuerzo.

La viña de Gamba en la actualidad


























Con la exclamación ¡Loca del Ventorro! recriminamos a la persona que se comporta de manera alocada, sin prestar atención y que hace las cosas de prisa y mal. Este dicho saucedeño nació de un hecho real.

Cuentan que, a principios del siglo pasado, a un hombre que vivía y trabajaba en el cortijo del Ventorro empezaron a irle mal las cosas de modo que se vino al pueblo con su mujer y su hija y alquilaron la casa que había justo a la izquierda del edificio del reloj, donde mi cuñado Bernabé tiene ahora la cochera de su casa.

La casa del reloj en 1913

Eran malos tiempos para el trabajo en el pueblo, por lo que el hombre tomó la dura decisión de emigrar en busca de fortuna. Cuando la madrugada de su partida el padre fue a la habitación de su hija para darle un beso de despedida, en ese momento la niña se despertó y, al ver en la penumbra la figura de su padre cerca de su cara, del susto quedó como pasmada.
Al cabo de unos años el padre volvió con unos ahorros tras duros años de trabajo y compró unas tierras que él mismo labraba, pero la hija, que era ya una joven y que nunca se repuso del susto, seguía como alelada, fuera de sí y comportándose cada vez de forma más violenta. El matrimonio llevaba con dolor y paciencia la locura de la hija, pero llegó un punto en el que que decidieron encerrarla bajo llave en una habitación de la planta alta. Allí gritaba y amenazaba y la gente al pasar por la calle oía las voces y los lamentos de la pobre muchacha.

El padre se tenía que ir cada mañana al campo a trabajar y entonces la joven, desde su encierro, rogaba a la madre que la dejara salir, que ya no le iba a pegar más, que ya estaba más tranquila, que le abriese la puerta... La pobre mujer, al oírla, lloraba desconsolada pues sabía que, como otras veces, aquella paz prometida iba a durar poco. Pero la voz sosegada y convincente de su hija le hacía descorrer el cerrojo y dejarla libre por la casa, pero al cabo de un tiempo de tranquilidad pasajera la joven volvía a las andadas de los golpes y de la violencia contra la madre.
La mujer, para disimular ante su marido aquel continuo y desconsolado llorar, se echaba agua a los ojos, así un día y otro hasta que fue perdiendo la vista y finalmente se quedó ciega.

Nadie recuerda cómo acabó la historia de aquel hombre emigrante, de su mujer ciega y de la hija loca, lo que sí ha llegado hasta nosotros es la expresión ¡La loca del Ventorro!