Tagardinas de mi cosecha. Basta con esparcir la semilla y esperar que se hagan grandes sin que se pongan duras.
Los platos típicos saucedeños que se hacen con tagardinas son: la tortilla, el guisillo o en la olla.
Villanueva del
Rosario celebra en los inicios de cada primavera la Fiesta de la tagarnina, un acontecimiento declarado de interés
turístico en la provincia de Málaga. La verdad es que fue un acierto hacerle un
homenaje a esta sencilla planta silvestre, la tagarnina, que, junto con los
espárragos y las setas, forman el trío de nuestra gastronomía más tradicional.
No somos
originales en este tema pues hay otros lugares de la geografía española en los
que también se celebran fiestas en torno a la tagarnina: Fiesta del espárrago y la tagarnina en Alconchel (Badajoz); la Semana de la tagarnina en Chiclana; la Tagarniná de Los Barrios; Día del cardillo en San Pedro de Latarce
(Valladolid)… Sea como sea, la fiesta de
tagarnina es nuestra fiesta y entre todos debemos procurar que prospere y
perdure durante muchos años.
Si buscamos en
el diccionario etimológico de Corominas la voz tagarnina, lo primero que nos dice es su nombre científico: scolymus hispanicus y luego nos remite a
la raíz carlina, una deformación
mozárabe de cardina, palabra que
claramente deriva del latín cardus
(cardo). Se mire por donde se mire, las tagarninas son cardos. La prueba está
en que el nombre más frecuente de esta planta en castellano es el de cardillo (42%), seguido de tagarnina (18%), cardo (11%) cardo de olla
(9%)y casi en último lugar aparece nuestra denominación popular: tagardina con solo un 3%. Somos pocos
los hispanohablantes que hemos optado por esta denominación.
Voy a hacer un
poco de lingüista, que es lo que soy. Según mi criterio, la forma tagardina se acerca más a la raíz cardo, que la castellana tagarnina, considerada más correcta.
Lo primero que
choca en estas dos palabras es esa ta-
inicial. Según Corominas, es un artículo bereber que se antepuso en el árabe hispano, pero si
quitásemos el ta en este par de
palabras nos encontraríamos con (ta)garnina
o (ta)gardina. Estas dos formas, garnina y gardina,
proceden a su vez de cardinus
derivado de cardus ‘cardo’ por lo que
podemos afirmar que nuestra palabra tagardina,
con d, tiene más razón de ser
etimológica que tagarnina, con esa
extraña n que no viene a cuento.
Mi propuesta es
que la fiesta sea de la TAGARDINA, como aquí decimos y que a mi juicio es como
debiera decirse.
Dos apuntes más:
a las tagardinas, esas humildes plantas silvestres que siempre han abundado en
eriales y tierras sin cultivar de Hondoneros, les corre mal aire porque se han
cortado sistemáticamente sin darles opción a que se suban y puedan
reproducirse, y porque el abuso de herbicidas ha diezmado la flora (y fauna)
silvestre de nuestro entorno. Las tagardinas que se consumen en nuestra fiesta, en su mayoría son importadas, se han traído de lejos porque aquí apenas hay.
Una solución sería cultivarlas: son magníficas y el laboreo es la mar de
sencillo.
El segundo
apunte es que me gustaría recordar un pasaje del Quijote en el que se habla de la tagarnina. Si como me temo no han
leído ni la primera ni la segunda parte de tan inmortal libro, háganme el favor
de leer al menos este fragmento que les propongo. Verán que es divertido e
instructivo y cómo cobra sentido la expresión: "Este guisillo de tagardinas está de puta madre".
Casi al final
del capítulo XIII de la Segunda Parte, mientras comen, Sancho y el escudero del Caballero del Bosque dialogan y hablan de sus cosas.
Comió Sancho sin hacerse de rogar, y tragaba a
escuras bocados de nudos de suelta, y dijo:
-Vuesa merced sí que es escudero fiel y legal, moliente
y corriente, magnífico y grande, como lo muestra este banquete, que si no ha
venido aquí por arte de encantamiento, parécelo a lo menos, y no como yo,
mezquino y malaventurado, que solo traigo en mis alforjas un poco de queso tan
duro, que pueden descalabrar con ello a un gigante, a quien hacen compañía
cuatro docenas de algarrobas y otras tantas de avellanas y nueces, mercedes a
la estrecheza de mi dueño, y a la opinión que tiene y orden que guarda de que
los caballeros andantes no se han de mantener y sustentar sino con frutas secas
y con las yerbas del campo.
-Por mi fe, hermano, -replicó el del Bosque- que yo
no tengo hecho el estómago a tagarninas, ni a piruétanos, ni a raíces de
los montes: allá se lo hayan con sus opiniones y leyes caballerescas nuestros
amos, y coman lo que ellos mandaren; fiambreras traigo, y esta bota colgando
del arzón de la silla por sí o por no, y es tan devota mía y quiérola tanto,
que pocos ratos se pasan sin que le dé mil besos y mil abrazos.
Y diciendo esto se la puso en las manos de Sancho,
el cual empinándola puesta a la boca estuvo mirando las estrellas un cuarto de
hora, y en acabando de beber dejó caer la cabeza a un lado, y dando un gran
suspiro dijo:
-¡Oh, hideputa bellaco, y como es católico!
-Veis ahí -dijo el del Bosque en oyendo el hideputa
de Sancho- como habéis alabado ese vino llamándolo hideputa.
-Digo -respondió Sancho- que confieso que conozco
que no es deshonra llamar hijo de puta a nadie cuando cae debajo del
entendimiento de alabarle.
Ya al comienzo
de este capítulo XIII estos dos escuderos habían tenido sus más y sus menos
sobre si decir hijo de puta de
alguien era ofensa o alabanza.
-Real y verdaderamente -dijo el del Bosque- que
tengo propuesto y determinado de dejar estas borracherías de estos caballeros,
y retirarme a mi aldea, y criar mis hijitos; que tengo tres como tres
orientales perlas.
-Dos tengo yo –dijo Sancho- que se pueden presentar
al papa en persona, especialmente una muchacha, a quien crío para condesa si
Dios fuese servido, aunque a pesar de su madre.
-¿Y qué edad tiene esa señora que se cría para
condesa?-preguntó el del Bosque.
-Quince años, dos más o menos, -respondió Sancho-;
pero es tan grande como una lanza, y tan fresca como una mañana de abril, y
tiene una fuerza de un ganapán.
-Partes son esas –respondió el del Bosque- no solo
para ser condesa, sino para ser ninfa del verde bosque. ¡Oh, hideputa puta, y
qué rejo debe de tener la bellaca!
A lo que respondió Sancho algo mohíno:
-Ni ella es puta ni lo fue su madre, ni lo será
ninguna de las dos, Dios queriendo, mientras yo viviere: y háblese más
comedidamente, que para haberse criado vuesa merced entre caballeros andantes,
que son la misma cortesía, no me parecen muy concertadas esas palabras.
-¡Oh, qué mal se le entiende a vuesa merced –replicó
el del Bosque- de achaques de alabanzas, señor escudero. Cómo, ¿y no sabe que
cuando algún caballero da una buena lanzada al toro en la plaza, o cuando
alguna persona hace alguna cosa bien hecha, suele decir el vulgo: oh, hideputa
puto, y qué bien lo ha hecho? Y aquello que parece vituperio en aquel término,
es alabanza notable: y renegad vos, señor, de los hijos o hijas que no hacen obras
que merezcan se les den a sus padres loores semejantes.
-Sí reniego –respondió Sancho- y de ese modo y por
esa misma razón podía echar vuesa merced a mí y a mis hijos y a mi mujer toda
una putería encima, porque todo cuanto hacen y dicen son extremos dignos de
semejantes alabanzas.