En esta entrada (la número 100) no busque fotos
de gente porque no las hay, pero por favor, no salga de la página y lea un
poco: de verdad que leer no hace daño.
En la vida cotidiana de
Villanueva del Rosario, como en la de cualquier pueblo, no son raros los
momentos en los que se producen ‘chapuces’ y peripecias curiosas que, contadas
de boca en boca, forman parte de la pequeña historia que conforma la vida en
comunidad. Normalmente son situaciones cómicas, resueltas con gracia y que en
ocasiones dan lugar a un dicho o refrán cuyo origen, si no se cuenta, es
desconocido por las nuevas generaciones.
He aquí tres anécdotas
protagonizadas por saucedeños de ahora y de antes.
Veinte o treinta litros
Ese gitanillo simpático y
dicharachero que se pasa las mañanas y las tardes en la venta Las Delicias copa
va y copa viene, al atardecer de un día lluvioso volvía en su coche hacia el
pueblo y, al intentar tomar la curva que hay antes del puente del Arroyo para
meterse en la avenida Bastián (la M30), se encuentra con el coche de la guardia
civil.
Uno de los guardias le da el alto
y, conociéndolo como lo conocen y sin necesidad de gastar un aparato de esos de
soplar, le pregunta:
-¿Ha bebido mucho?
-En las Delicias dicen que unos
veinte o treinta litros.
(Como venía como venía, y en el
aturullamiento de responder a la curiosa pregunta del guardia civil, el gitano
había confundido el beber con el llover)
Los guardias, disimulando la risa
como podían, le dicen indicándole el camino:
-Anda, tira para tu casa y gasta
cuidado.
Más calmoso que Canelas
(Recogido en el libro de José
Nateras y Diego Navas, publicado en 1954)
“Se cuenta que existía en la
localidad un hombre apodado Canelas,
dotado de una parsimonia y flema que envidiaría el proverbio árabe. Entre sus
muchas muestras de hombre tranquilo se señala que, asediado constantemente por
su esposa para que le enseñase Málaga, una buena mañana aparejó su jumento
decidido a que su mujer hiciera el ansiado viaje a la capital de la provincia,
pero tras muchas horas de camino, al llegar a la Fuente de la Reina, desde
donde se divisa a lo lejos la ciudad, le dijo tranquilamente a la costilla:
-¿Qué, María, ves Málaga? ¿La has
visto ya?
-Sí, sí, ya la veo –respondió
ella con alegría.
-Pues si ya la has visto, vámonos
para el Sauceo.
Y sin más, arreó tranquilamente
la bestia, dio la vuelta y, sin atender las razones y protestas de su
compañera, emprendió en regreso al pueblo.”
“En otra ocasión, teniendo el
referido ‘Canelas’ una plantación de zanahorias cerca del río Guadalhorce, en
un lugar conocido como la Venta de José María, observó un hurto de dicho
tubérculo por parte de una mujer que, no lejos del lugar, púsose a lavarlos. Se
encaminó nuestro hombre al lugar junto al río donde la mujer lavaba las
zanahorias y entabló tranquila
conversación con la discípula de Caco y, sin referirle que tenía conocimiento
del hurto, esperó y observó pacientemente la faena del lavado. Luego que hubo
terminado la mujer y cuando iba a despedirse de ‘Canelas’, éste la retuvo
diciéndole: ¿Qué? ¿Ya terminaste tú? Pues ahora has de espera a que te lave yo.
Y en un periquete zambulló a la pobre mujer en las aguas del río, aunque luego
le cedió sus zanahorias.”
Hace unos años llegó a mi casa
una mujer que se presentó como desciende del ‘Canelas’ de esta historia,
buscando información sobre su antepasado. Le conté lo que sabía y ella prometió
enviarme desde Valladolid, donde vivía, cuantos datos tuviera.
Al cabo de un tiempo me escribe
una carta en la que adjunta algunas fotografías. Resulta que su abuelo materno,
José Mª Fernández Muñoz, que era nieto de José María Fernández Loza el
‘Canelas’, había nacido en Villanueva del Rosario pero que había emigrado a
Ceuta con toda su familia. Allí les contaba a sus hijos y nietos las andanzas y
ocurrencias de su abuelo Fernández Loza, el ‘Canelas’, de cuando andaba por las
calles de nuestro pueblo a mediados del siglo XIX haciendo gala de su buen
humor y de su tranquilidad proverbial. En la carta se incluían varias anécdotas
de su tatarabuelo de las que entresaco la que sigue.
“Cayó María Galeote Olivares (la mujer
de ‘Canelas’) en una especie de tinaja que tenían en el suelo donde conservaban
alimentos; la pobre mujer no se dio cuenta de que estaba abierta y resbaló
colándose por el agujero. Empezó a gritar el nombre de su marido para que
acudiera en su ayuda pero, además de José María Fernández, acudió una vecina
que había oído los gritos. Cuando la mujer estuvo a salvo la vecina le preguntó
insistentemente: Pero María, ¿cómo te has caído a la tinaja?, así que mi
tatarabuelo agarró a la vecina por los brazos y la tiró dentro de la tina
diciéndole: ¿Ves? Así se ha caído mi mujer.”
Al final de la carta, María F.
Jiménez Fernández prometía volver al pueblo de sus antepasados pues, dice,
“nuestras raíces más profundas están en esa tierra de la provincia de Málaga”.
José María Fernández Loza, 'Canelas' en una fotografía del XIX con el traje típico de la época |
Francisco Fernández Galeote, nieto del 'Canelas', en Ceuta rodeado de sus nietos |
Cencerrazo de ida y vuelta
Hasta no hace mucho tiempo las
bodas de los viudos solían celebrarse casi a escondidas, de madrugada, a una
hora intempestiva para así huir de la maliciosa curiosidad del vecindario; pero
como por entonces no se llevaba tanto lo del viaje de novios, la luna de miel
había que pasarla en la propia casa. Llegada la noche, grupos de mozos armados
de cencerros y de todo tipo de cacharros ruidosos, rondaban la vivienda de los
recién casados para darles, durante tres jornadas, el tradicional cencerrazo.
La pareja no tenía más remedio que aguantar el chaparrón de latas hasta que la
gente se hartaba.
Una vez, de esto hace ya
bastantes años, se casó en el pueblo un viudo que, por su posición económica y
por cierta influencia que ejercía sobre las autoridades locales, consiguió que
la Guardia Civil vigilara los alrededores de su casa para que así nadie se
atreviere a darle su correspondiente cencerrada.
Cuando todo indicaba que aquel
viudo privilegiado se iba a escapar de la ‘serenata’, he aquí que de pronto, a media noche,
en medio de la oscuridad y del silencio del pueblo, comenzó a oírse un
estruendo de cencerros que avanzaba lentamente calle abajo hacia la casa del
viudo, donde se encontraban apostadas las fuerzas del orden que vigilaban la
tranquilidad del domicilio conyugal. Casi a tientas, porque la noche era oscura
y no había luces en la calle, la pareja de la Guardia Civil se dirige hacia el
lugar de donde vienen aquellos acompasados cencerrazos y, de pronto, al
revolver la esquina, ven aparecer una fantasmal manada de vacas,
cada una con varios cencerros colgados, metiendo un ruido infernal que
retumbaba en el silencio de la noche. Detrás, arreando el ganado, venía Paco ‘El
Laña’ con su flema y sorna características. Cuando los guardias le preguntaron
que qué era aquello, Paco ‘El Laña’ les contesta con la mayor tranquilidad del
mundo:
-¿Es que ya ni siquiera se puede
sacar las vacas a beber?
Los agentes no tuvieron más remedio
que apartarse y dejar paso libre a las vacas y a Paco, que se iba riendo entre
dientes, camino de la Fuente Vieja en un insólito y original cencerrazo de ida
y vuelta.
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