Hasta años los años sesenta del pasado siglo los bares, cafés y tabernas de nuestro pueblo, al igual que la mayoría de esta clase de establecimientos en el medio rural andaluz, eran patrimonio de los hombres. Allí iban ellos a beber, tomar café, jugar al dominó o a las cartas, hacer tratos, encontrar trabajo para el día siguiente o hablar del tiempo; de política más bien poco porque siempre había un guardia civil cerca.
A mediados del siglo pasado el casco urbano del pueblo era pequeño (las casas iban desde la Fuente Vieja hasta la Linde) sin embargo había una decena de tabernas y, aunque la gente apenas disponía de dinero, siempre estaban llenas.
Las mujeres (casadas, solteras y no digamos viudas) sólo entraban en semejantes tugurios el Día de la Virgen o en alguna otra fiesta muy sonada, y en estos días tan especiales lo más que tomaban era un café; algunas se atrevían con una copa de aguardiente dulce.
Tales restricciones tradicionales fueron superadas con las modernidades y costumbres más liberales que llegarían a principios de los años sesenta, por la misma época en que se inició el consumo de cerveza, y cuando Rafalito Julián instaló en el salón de arriba el primer televisor de la comarca. Eso sí, para ver la tele había que pagar la entrada o consumir algo.
El aliciente de los bares y tabernas era, y sigue siendo, la tapa: conejo, chivo, setas, pajarillos, boquerones o ‘caramales’. De las bebidas destiladas tenía enorme éxito el aguardiente, consumido por clientes empedernidos en cantidades ingentes desde bien temprano; el coñac era para las noches. No se conocían ni güisquis ni rones ni ginebras. De bebidas refrescantes estaban las Mirindas y las gaseosas que traían del Colmenar, hasta que llegaron las Cocacolas y las Fantas.
He aquí algunas fotografías que han sobrevivido al tiempo, donde se nos muestran imágenes de los bares, de sus dueños y de algunos clientes que los frecuentaban.
La taberna de Miguelillo Podadera estaba en la plaza del ayuntamiento, la plaza de España, donde hoy está la tienda de Amparo Chicón. Su mujer, Rosarillo, preparaba las tapas de conejo del campo como nadie. Miguelillo era un personaje curioso y muy inteligente pues, además de atender a la numerosa clientela, lo mismo pelaba, afeitaba, sacaba una muela, ponía una inyección o arreglaba un reloj.
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El segundo por la izquierda es Miguelillo. Los ojos que asoman por el mostrador son los míos. Se ve a Cristóbal Palma, la Araceli Perota... |
En la antigua calle del general Quiepo de Llano (hoy 1º de mayo) estaba uno de los bares más antiguos, el de Juanico la Bigota. Sus estanterías se ven bien surtidas de diferentes clases de aguardiente, coñac, vermú, vino de marca… Tenía una mesa de billar en la que lucía su destreza Manolito el de la Rubia, un verdadero maestro en el arte de las carambolas con las tres bolas.
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Juanico la Bigota sirve una copa. Ahí están el Chivito, el Nutrio, Pepe Herrero... |
Mi padre regentó durante unos años una tasca en el local que había sido la tienda del Estanquero. En el mostrador, cerca del cajón de los dineros, había un trozo de tabla desgastada por los golpes que durante años el Estanquero dio a los duros de plata para comprobar si eran falsos o auténticos.
Aunque las comodidades de la taberna no eran muchas, nunca faltaban clientes: desde la madrugada para beber aguardiente de Rute seco, y durante todo el día, jugándose a la ronda la copa de vino de Montilla que se habían bebido y que al final nadie pagaba. Aguantando discusiones, tratos y trampas, mi padre terminó compartiendo copas con su asidua clientela para cumplir el viejo refrán que dice: “El tabernero, viendo que no vendía, también bebía.”
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Mi padre, tras el mostrador y con una señal de luto en la chaqueta, compartiendo con los clientes: Gutiérrez, Eduardo, Manolillo gitano... |
El bar de Marquitos era pequeño y estaba situado en lo que ha sido durante un tiempo la peluquería de Raquel, frente a la pescadería. Su clientela era escasa pero fija. Recuerdo que, sobre el dintel del hueco que daba a la cocina, había dos litografías intrigantes: en ellas se marcaba el trayecto de la vida desde la cuna a la sepultura: unas escaleras por las que un hombre y una mujer subían desde la infancia hasta la madurez y bajaban los peldaños hasta la decrepitud de la vejez y la muerte.
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Antonio el Rubio, Gamboa, un Muñoz, Antonio Guiñarra |
Una de las tabernas con más éxito del pueblo fue la de Manolo ‘Alpargatas’, situada a la entrada de la calle Queipo de Llano, ahora Primero de Mayo. Antes de abrir este local en lo que fue la casa de Primitiva y Cristóbal el Sordo, Manolo Alpargatas regentó durante un tiempo la taberna de Miguelillo Podadera cuando éste murió.
Cada atardecer el bar de ‘Alpargatas’ era lugar de reunión de grupos de trabajadores del campo, albañiles y cazadores que bebían juntos y ajustaban las cuentas de las peonadas. Durante el día se jugaba a las cartas y se discutía de caza y de toros. Su especialidad eran las tapas de conejo, las setas y los pajarillos.
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Manolo Alpargatas con su cuñado y dos sobrinos. |
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Otra foto del bar de Alpargatas donde aparecen Pepe Herrero, Pedro el de la tienda, Manolo Chiquitín, Chivito, Manolo Huevos, Tres cuartas... |
La Fonda era el café moderno del pueblo, bien decorado, bastante acogedor y en el que se hacía el mejor café. En invierno las mesas redondas tenían refajo y un brasero con ascuas; era un local al que solía acudir la gente de ideología más conservadora.
El salón de arriba de la Fonda, durante años fue salón de baile, luego Juan Molina lo convertiría en cine (el tercero del pueblo), posteriormente sirvió de criadero de pollos y por último, hasta que lo compró Joseíto Arradio con el dinero que le había tocado en Alemania, terminó partido en habitaciones para servir de fonda. Ahora es La Alacena.
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De izquierda a derecha, el cabo Bonilla, el alcalde Coscurrones, Cristóbal el Sacristán y el sargento de los Peláez |
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Mi hermano de Pedro de camarero en el bar de la Fonda |
Antonio el Correo y su familia tenían el bar situado en la parte baja de su casa. La Frasquita la Finita preparaba unas tapas exquisitas y Antonio, cuando se popularizó la cerveza, la despachaba en pequeños tubos que costaban dos pesetas con su tapa correspondiente.
En una especie de sótano o habitación soterrada y algo oscura, a la que pronto la gente la llamó La Cochinita, instaló un televisor con lo que aumentó notablemente la clientela, sobre todo la de parejas de novios.
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Fino, Encarnita, Frasquita, Antonio, Cristóbal |
En la misma acera del Correo y a escasos diez metros, estaba el bar del Barquillero, lugar obligatorio de reunión para jóvenes a medio día. Los sábados, domingos y festivos eran las parejas y familias enteras las que llenaban el interior y las mesas colocadas en la calle a lo largo de la fachada. Por aquellos entonces, el tráfico de coches por los adoquines era casi nulo.
Antonio, junto con su familia, consiguió crearse una clientela con gente del pueblo y de otros sitios, gracias a las tapas y raciones de pescado. También instaló el primer televisor de color en el saloncito interior.
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Detrás del mostrador están Antonio, su mujer Rosario, Paquillo el de la viuda, Diego Podadera, un Correo, el Brigada... Delante están Manolo Molina y Antonio Canovillas. A la derecha, en primer plano está la inconfundible cartera del fotógrafo Antonio Rama. |
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Antonio Barquillero, el Brigada, el Capitán Pompas, Eduardo Patasnegras... |
Rafalito Julián tenía un carácter más bien desabrido y un bar mediocre pues las tapas no eran su especialidad. No obstante, como se ve en las fotografías, el ambiente era de mucha animación. Había una mesa de billar y los jóvenes la alquilaban por horas para jugarse las pocas perras que tenían.
Lo mejor del bar de Rafalito, que luego sería uno de los mejores alcaldes del pueblo, era el salón de arriba donde instaló el televisor de marras. Este salón sirvió durante años como sala de baile, con aquella memorable orquesta de bomberos y su animadora. Allí se celebraron las primeras bodas multitudinarias. Los días de baile, a la entrada de las escaleras que subían al recinto siempre había un portero que te cobraba. A este salón le dedicaremos una entrada.
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Un bar de los más animado
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En el Cine España, situado al lado de la carretera frente al grupo escolar, había un café al que acudían los vecinos de aquella parte del pueblo. Era el lugar de parada de los autobuses que iban y venían de Málaga y Antequera.
Los días en que había cine (jueves, sábados y domingo) la concurrencia aumentaba sobre todo durante los intermedios de la película.
Cuando el cine cerró, la clientela del bar siguió siendo fiel, pues la cocinera preparaba unos boquerones a la plancha exquisitos. Eso sí, estaban contados: si se presentaba alguno más de los clientes diarios se quedaba sin tapa.
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Antonio Veneno, Guiñapito... |
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Al fondo, en la pared, se ven los carteles de películas que se proyectaban en el Cine España. |