Un poco de teoría sobre los diminutivos.
Al extranjero que se acerca por primera vez al estudio del español le resulta un escollo casi insalvable el laberinto de nuestros diminutivos. Presentes constantemente en el habla coloquial, los diminutivos constituyen uno de lo rasgos más característicos de nuestra lengua. A alguien que desde chico no haya mamado nuestra forma de hablar, le será difícil recorrer los pasos seguidos hasta llegar a soluciones lingüísticas tan complejas como la del adjetivo diminutivo chiquirrititillo al que, para recalcar aún más la pequeñez, solemos colocar delante un mu (muy) o incluso un murre definitivo. Según la forma de hablar en nuestro pueblo, la cosa quedaría así: murrechiquirrititillo.
Si originariamente el valor minorativo era consustancial a estos sufijos, tal significado se ha visto desplazado hacia otros valores expresivos, de los cuales el de afectividad es el que se lleva la mejor parte. Amado Alonso, en Noción, emoción acción y fantasía en los diminutivos, dice: “Muchos diminutivos españoles tienen función afectiva y sugeridora, lo cual, prácticamente, equivale a la superlativización. Estos diminutivos se cuentan, junto con las interjecciones, entre los medios más directos de efusión sentimental que posee el idioma”. Por ejemplo, en las hablas andaluzas es muy corriente el empleo de la forma gerundio+diminutivo, en la que está patente el valor aumentativo; si te ha pillado la lluvia en la calle, no es lo mismo llegar a casa chorreando que chorreandito
Según W. Beinhauer, en los adjetivos y adverbios es frecuente el uso del diminutivo con valor atenuante: atrasadillo se dice del alumno que apenas estudia; lo mismo sucede con envidiosillo, nerviosillo, tardecillo, prontillo…
Más frecuente es el uso del diminutivo con valor superlativo. “Están perdiditos el uno por el otro” si nos referimos a la pareja locamente enamorada. “Segurito que lo encuentras en el bar” respondía una mujer a quien le preguntaba por su marido, aficionado a la tertulia y la copa.
En los adverbios y en las locuciones adverbiales el diminutivo presta una noción de refuerzo: en cuantito, en seguidita, cerquita, ahorita…
Según Julio Casares, la significación peyorativa de los diminutivos queda patente en palabras como gentecita, nochecita…
También se usa el diminutivo para ‘dorar la píldora’, es decir, su empleo cumple una función eufemística cuando no queremos decir rotundamente lo que salta a la vista: feuchilla, monilla diríamos de la mujer poco agraciada. Igual táctica emplea el maestro cuando quiere animar a sus alumnos con un lenguaje claramente manipulado: “Ahora tendréis dos horillas de estudio; luego, diez minutazos de recreo”.
En cuanto al uso literario del diminutivo en la lírica popular, José Mercado resalta la abundancia sorprendente de estos recursos en las seguiriyas gitanas por él estudiadas.
A un olivito
me fui a llorar;
olivito más esgraciaíto
no lo hay ni lo habrá.
Detrás del carrito
lloraba mi madre,
la pobrecita no lloraba agüita,
que lloraba sangre.
También usamos muchos diminutivos en los apodos en nuestro pueblo. A mí sin más me conocen como "Francisquillo el de la plasilla".
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