La época visigoda
Los últimos siglos de la llamada Edad Antigua constituyen para
nosotros un periodo histórico enigmático e interesante a la vez, dado que,
sobre todo durante el siglo VII, debió de existir en el Alto Valle del
Guadalhorce -espacio geográfico al que nos ceñimos- una
importante población de invasores visigodos, como puede deducirse de los
numerosos cementerios (necrópolis) que se han descubierto. Estas necrópolis
visigodas, salvo la situada cerca del cortijo del Tardón, se encuentran en una
franja de tierra que recorre la falda de la sierra, en los términos de V. del
Trabuco, V. del Rosario y Antequera.
La época visigoda en España abarca un corto espacio de tiempo: desde
el 409 de nuestra era hasta el 711, año en que se produjo la invasión árabe. Bien
sea por la imprecisión y escasez de documentos que de esta época nos han
llegado, bien sea por los pocos restos arqueológicos conocidos y estudiados, el
caso es que en los capítulos de la historia de Málaga y de su provincias, al
periodo visigodo se le ha dado un somero tratamiento.
Recordemos unos cuantos hechos históricos claves referidos a Andalucía,
en general, y a Málaga, en particular. A la Bética romana, antes que los
visigodos, llegaron los vándalos silingios, que pronto pasarán al norte de
África no sin antes dejarnos su nombre: (V)Andalucía. Serán luego los
bizantinos, procedentes de Imperio Romano de Oriente y llamados por Atanagildo
para que le ayudasen en sus luchas dinásticas contra Agila, quienes ocuparan en
el año 555 toda una franja que se extendía por el sur y sureste de la
Península. De aliados se convierten en invasores y crearán una colonia que
durará casi tres cuartos de siglo. Mientras, en el año 579, Hermenegildo se
enfrenta en la parte occidental de la Bética a su padre Leovigildo, quien le
hará matar en el 583.
Por esta época, finales del siglo VI, son todavía escasos los asentamientos
visigodos en el interior de la actual provincia de Málaga. Algunas poblaciones son
enclaves estratégicos que van rodeando la zona bizantina, reducida ya casi a la
estricta franja costera. Las luchas religiosas entre cristianos y arrianos
cesarán en el 589 con la conversión de Recaredo al catolicismo en el III
Concilio de Toledo. La verdadera época visigoda comienza para nuestra provincia
en tiempos de Suintila, que expulsa definitivamente a los bizantinos; Málaga es
conquistada en el año 622. Por lo tanto, la Málaga visigoda es una etapa de
nuestra historia que apenas abarca un siglo.
Mientras estos acontecimientos se suceden, los visigodos, que
procedían del centro y del este de Europa, han ido poco a poco asimilando
muchas de las costumbres, régimen de vida, incluso la lengua, de los hispanorromanos,
que siguen constituyendo la inmensa mayoría de la población de la Península en
aquella época. Según los cálculos, no se llegaba a los cuatro millones de
habitantes, de los que los visigodos apenas representaban el dos por ciento.
Se produce un retroceso general en la economía que, basada
fundamentalmente en la agricultura (aceite, trigo...), sufre los azotes de la
sequía. La población se ve diezmada por los saqueos y las epidemias. Ese
espacio económico queda atomizado, rotas las comunicaciones interiores y
exteriores que habían hecho posible el mantenimiento del vasto Imperio Romano.
Apenas circula moneda y los tributos se pagan muchas veces en especies.
Desde el punto de vista de la creación artística, la arquitectura,
casi toda de carácter religioso, no aporta soluciones decididas y se agosta en
su falta de originalidad. Es en las artes menores y en las ornamentales, sobre
todo la orfebrería, donde el pueblo visigodo logra verdaderas creaciones
artísticas.
A pesar de que son pocos los yacimientos arqueológicos de la época
visigoda que existen en Andalucía, sin embargo encontramos una alta
concentración de estos enclaves en el entorno geográfico de nuestro pueblo,
casi todos situados en la falda de la Sierra de los Camarolos, junto a los
nacimientos de los ríos Cerezo y Parroso, afluentes del Guadalhorce. Hemos
localizado al menos seis necrópolis a las que hemos llamado: Calerilla, Repiso,
La Rabia, El Picacho, Parrosillo y Cerrillo. De ellas, sólo las dos últimas han
sido excavadas y estudiadas por Antonio de Luque Moraño, quien ha publicado sus
conclusiones.
Todos los cementerios visigodos que conocemos en nuestro entorno están
situados en tierras de cultivo, actualmente sembradas de olivos y sometidas por
tanto a un intenso laboreo que, en la mayoría de los casos, ha destruido los
enterramientos y ha dejado al descubierto parte del ajuar y restos óseos
diseminados. Las tumbas visigodas son enterramientos en cistas con paredes y
tapa de piedra, aunque en ocasiones también aparecen ladrillos o tégulas. Todas
las sepulturas están orientadas de este a oeste, con los pies del cadáver
dirigidos hacia el oriente. En muchas de estas sepulturas se pueden encontrar
varios cadáveres puesto que era costumbre reutilizar los enterramientos.
Cerca de estas necrópolis no se han encontrado vestigios evidentes de
edificaciones ni restos de poblados, quizás porque las viviendas fuesen simples
chozas y el paso del tiempo las ha borrado. Sin embargo, en la sierra, junto a
enterramientos que se hicieron aprovechando las hendiduras entre las rocas, se
pueden encontrar restos de cerámica y de muros que muy bien pudieran pertenecer
a viviendas.
El ajuar que aparece en las tumbas, está constituido fundamentalmente
por un olpe (botija) colocado junto a la cabeza del cadáver; aparecen también
hebillas, brazaletes, pendientes, fíbulas, placas de cinturón, anillos, adornos
y alfileres que formaban parte de la indumentaria con la que eran enterrados
los difuntos. Estos objetos suelen ser de bronce, aunque hemos encontrado
pendientes de plata e incluso un anillo chapado en oro. También pueden
encontrarse restos de collares con cuentas de resina o de cristal. En una
interesantísima necrópolis, situada en las inmediaciones del yacimiento romano
de Robledo, alejada por tanto del Alto Valle del Guadalhorce, junto a objetos
de elaborada orfebrería en bronce, han aparecido vasos y copas de cristal, lo
que podría deberse a la influencia bizantina. En todos los objetos destaca el
geometrismo de sus adornos y el carácter animalístico de las representaciones
que se pueden observar, sobre todo, en los brazaletes, que semejan dos
serpientes cuyas cabezas se enfrentan.
En el yacimiento de la Calerilla, en la falda oriental del cerro
Batián, también se encuentran en superficie algunos fragmentos de hojas de
sílex, lo que indica que antes debió existir en la misma colina un enclave
neolítico.
La cronología de todas estas interesantes necrópolis ha sido datada y
se correspondería con el periodo histórico que va desde finales del siglo VI
hasta los primeros años del VIII, coincidiendo su definitivo abandono con la
invasión árabe.
Los objetos que aquí muestro forman porte de los fondos del futuro
Museo Arqueológico y Etnográfico de Villanueva del Rosario.
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Fíbulas (hebillas) de bronce. |
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Ejemplar de fíbula procedente de las inmediaciones del yacimiento de Robledo. |
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Diversos tipos de pendientes de aro. |
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Fragmento de copa de vidrio. |
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Placas de cinturón y otros objetos de adorno. |
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Anillo y dos cuentas de collar de resina. |
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Brazaletes de bronce. |
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Brazalete tallado con imagen zoomórfica. |
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Dos olpes procedentes de sepulturas visigodas. |
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Olpe (botija) visigoda. |
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Olpe recompuesto por mí. |