El otro día Pepe Repiso, el fotógrafo del pueblo durante los últimos veinte años, me dio una caja de plástico, un pañil, lleno de fotografías de aquellas que su madre, la Antonia, había pegado al cristal del escaparate de su tienda y que no se habían vendido. Cagadas de las palomas, pegadas por la humedad, rodeadas de alpargatas y de zapatos, restos de mercancías que no se habían vendido en treinta años, he conseguido rescatar unas pocas que ahora os muestro en una entrada con fotos, que son las que os gustan. Veréis cómo algunas de estas fotos lucen manchas y desconchones; es señal inequívoca de su autenticidad y abandono.
Ni indico fechas, ni pongo nombres: yo no lo voy a hacer todo. Hoy va de comuniones, otro día irá de toros y así sucesivamente hasta que os transmita lo que me entregaron.
Son 16 fotografías, de diferentes años, unas en la iglesia y otras en la procesión del Corpus.
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