(Esto escribía yo en 2015)
El implacable paso
del tiempo y la adopción de costumbre foráneas tienen el poder de borrar de la vida
de los pueblos viejas costumbres y antiguas tradiciones. Esto viene a cuento
porque la noche víspera de Todos los Santos (que ahora llaman con el nombre
importado e impostor de Halloween), varios niños y algunos rapagones, ataviados con
sanguinolentas máscaras de origen más que chino, vinieron a mi casa, tocaron en
la puerta y, al salir yo, me asaltaron con aquello del ‘truco o trato’. Los
atendí a todos lo mejor que pude.
Mucho antes de que
nos invadiese toda esa parafernalia de disfraces, calabazas y muertos
vivientes, en nuestro pueblo existía una costumbre parecida pero mucho más
doméstica y bastante más práctica: era la de “pedir la Ureña”. Me explico.
Hasta los años
sesenta del siglo pasado, la campana de la iglesia doblaba (tocaba a muerto)
durante la noche de Todos los Santos hasta mediada la mañana del día de los
difuntos. Unos días antes, los monaguillos, que éramos los encargados de tocar
la campana en memoria de los fallecidos, íbamos casa por casa pidiendo la 'ureña' y los vecinos nos daban algo de comida (membrillos, castañas, nueces…) o
dinero, no mucho porque en aquellos tiempos la cosa no estaba muy boyante.
También era
costumbre en esta fiesta otoñal que algunos jóvenes saliesen aquella noche
disfrazados (vestidos de ‘maramanta’, decíamos) por las mal alumbradas calles
del pueblo para divertirse y de camino asustar a la gente. Por aquellas calles
embarradas y oscuras, los niños portaban luces encendidas dentro de melones a
los que se les habían hecho unas incisiones para simular ojos y boca. En
esencia, en aquella fiesta popular estaban ya los tres elementos que conforman
el Halloween moderno: pedir de casa en casa (la Ureña), portar disfraces
(vestirse de maramanta) y llevar una calabaza con una luz dentro (lo mismo pero
con un melón).
En cuanto a
pedir la Ureña, sabemos que es tradición que se daba, además de en el Rosario,
en otros pueblos del norte de la provincia de Málaga (Casabemeja, Cuevas Bajas,
Fuente Piedra, Algaidas) y que en algunas de estas localidades intentan que se
mantenga aunque solo sea conservando el nombre de Ureña en lugar del Halloween
que, una vez traducido, significa literalmente: ‘víspera de todos los santos’.
La palabra
‘ureña’ probablemente proceda del topónimo Ureña, nombre de una localidad de Valladolid
de donde era conde el noble al que Felipe II otorgó el título de duque de
Osuna. Todos los pueblos en los que se conserva la tradición pertenecieron durante
siglos al ducado de Osuna y quizá alguno de los tributos que hubiera que pagar
a los duques fuera por su condición de Condes de Ureña, de donde vendría esa
costumbre de pedir (pagar) la ureña.
Esta tarde, 31 de octubre del 2023, he dado una vuelta por una calle y así están las cosas.
Teníamos un melón en casa y en diez minutos ya estaba vacío, con sus ojos y su boca, una luz dentro y una cuerda para llevarlo. Como antiguamente.
Paco yo no era monaguillo y estuve doblando la campana y también iba pidiendo la Ureña por las casas
ResponderEliminarPaco, creo que hay que ir con los tiempos. O mejor, que los tiempos (las modas, el deseo de hacer negocio, la fuerza de la imitación de lo que vemos en ciertas películas...) nos arrastran. No me considero demasiado nostálgico, pero me apena que se pierdan ciertas tradiciones. Sobre todo, si son sustituidas por otras que aportan poca novedad a las que ya tenemos. Un abrazo.
ResponderEliminarUreña
ResponderEliminar