martes, 7 de octubre de 2025

529. Cavilaciones mías, 4

 Esto que ven es una placa de las que usaba el ayuntamiento de nuestro pueblo para cobrar arbitrios sobre la tenencia de bicicletas. Como cada placa tenía un número, deducimos que en 1954 en el pueblo había por lo menos 38 bicicletas. El propietario de uno de estos modernos medios de transportes había de pagar una cuota anual y, al abonar lo estipulado, el dueño de la bicicleta recibía una placa numerada como esta, que había de colocar en una parte visible del vehículo de dos ruedas. Y si no, multa al canto.


En su desbocado afán recaudatorio, el ayuntamiento de Villanueva del Rosario también estipuló que los perros, en este caso sus dueños, habían de apoquinar una cantidad anual si querían tener un chucho en propiedad. En el cuello, colgada del collar, habían de llevar una placa debidamente numerada que acreditase el pago de la tasa correspondiente. Este perro era el número 91 de los canes controlados. ¡Qué tiempos aquellos!


Lo de los perros merece un comentario.
Antes (estoy hablando de no más de treinta años) nadie sacaba un perro a pasear. El que tenía un perro era por algo y para algo: para llevarlo de cacería, como guardián de un cortijo amarrado a una cadena, para controlar cabras y ovejas bajo las órdenes de un pastor... Perros de compañía, pocos por no decir ninguno. La plaga canina que ahora nos invade era inimaginable cuando yo era chico.

En los años del hambre, ¿quién iba a tener un perro si no había más que un bollo de pan para toda la familia? En las casas, no en todas, aparte de los animales que eran indispensables en las faenas agrícolas (mulos, burros y algún caballo) las familias criaban animales (guarros, conejos, gallinas, cabras) para tener algo de carne, algunos huevos y un jarro de leche para echársela al café, que en realidad era cebada tostada. También había gatos que, aunque no se comían, tenían un oficio: cazar ratones.

También había perros callejeros, sin amo o escapados de las casas en busca de algo que morder. Tenían siempre un hambre canina, como su propio nombre indica, y estaban secos como espadas. Aunque suene cruel, uno de nuestros divertimientos de niños era apedrear perros, aparte de coger ranas en el arroyo y emborracharlas con tabaco, desmontar nidos de pájaros y poner perchas para coger gorriones.

Los perros callejeros hacían sus necesidades fisiológicas y sexuales en plena calle y a la vista de chicos y grandes. Todo un espectáculo de iniciación sexual gratuito. Por cierto, en Grecia hubo hacia los siglos IV y III a. C. una generación de filósofos que se autoproclamaron cínicos, del griego kinikós que significa 'como perros', porque estos filósofos hippis repudiaban las normas sociales, no querían amos, paseaban desnudos por las calles, no tenían oficio, carecían de vergüenza o pudor, hacían sus necesidades a la vista de todos, vivían de lo que les daba la gente, es decir, llevaban una vida de perros, pero nada aperreada.

Uno de los peligros de los perros de antaño es que, al no estar vacunados, podían contagiar con sus mordidos la rabia, la terrible hidrofobia, enfermedad dolorosa y mortal. De vez en cuando, los guardias municipales hacían una redada de perros callejeros abandonados y los sacrificaban a la vista de todos de un modo tan cruel que no me atrevo a describir.

Hoy las cosas han cambiado y es rara la casa en la que no hay uno o más perros. Hacen compañía, son agradecidos, se les habla y se les pelea y se les premia como si fueran niños, y se sufre cuando mueren. Lo de las meadas y las cagadas caninas es otra historia que, a lo mejor, merecerían algún tipo de impuesto o al menos más responsabilidad de sus dueños. No doy ideas.

Yo nunca he tenido perros, pero sí he heredado o convivido con algunos de los que tienen mis hijos. Seguro que en vuestro móvil o en la caja de las fotografías guardáis imágenes de estos animales que pueden presumir de ser los mejores amigos del hombre y de la mujer.

Luna en casa

Luna y la nieve

Neo y Elo

Neo, al que le hacen perrerías

Laica, que vive en Qatar


Mi hermano Pedro con su perro de caza.




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