Esta es la cuarta entrega de nuestra Saucipedia en la que se habla de la Historia de Villanueva del Rosario. Las anteriores fueron: Prehistoria, Época Romana y Los Visigodos.
En el año 711 tiene lugar la invasión árabe, con la cual el debilitado
poder visigodo termina por desmoronarse. Aunque sólo fueron varias decenas de
miles los árabes, sirios, bereberes y berberiscos que en sucesivas oleadas
llegaron a la Península, su dominio militar y político se extendió como una
mancha de aceite por todo el territorio de la antigua Hispania romana. Con el discurrir
del tiempo, los invasores musulmanes consolidaron importantes núcleos urbanos
al norte de la provincia de Málaga y al oeste de la de Granada, como fueron Archidona,
Loja, Alhama, Comares o Antequera. Debió de existir asimismo una importante
población rural diseminada en alquerías y caseríos, ya que la base de la
economía sigue siendo el cultivo de los campos, ahora más productivos gracias a
las técnicas de regadío importadas por los invasores.
Aunque pueda parecer extraño, en el Alto Valle del Guadalhorce, que se
extiende desde los llanos de Salinas hasta los puertos de Las Fresnedas y Las Pedrizas, y desde la sierra hasta E1 Brosque, no se han encontrado vestigios
arqueológicos que nos permitan afirmar que en este territorio hubiera
asentamientos árabes. Los numerosos asentamientos visigodos quedaron
deshabitados a finales del siglo VII y no disponemos de fuentes documentales o
arqueológicas que nos hablen de pobladores moros en nuestro entorno geográfico.
Sólo en la Historia de Málaga y su
provincia de Guillén Robles, a propósito de las escaramuzas fronterizas y
algaradas cristianas previas a 1a conquista de Antequera, que tuvieron lugar a
mediados del siglo XV, nos dice textualmente:
Volvieron los espías
después de algún tiempo y con gran contentamiento de los caballeros
manifestáronles no sólo ser fácil la conquista de aquel pueblo (Archidona) sino
también la de Ouvilas que corresponde con la moderna Villanueva del Rosario.
Esta afirmación la hace el escritor malagueño en 1874; pero no se han
encontrado aún vestigios arqueológicos que permitan confirmar la existencia
real de este asentamiento árabe en las proximidades de nuestro pueblo. El
topónimo Ouvilas‑Ovilis hace referencia a ‘oveja’ (del latín ovis), lo que nos hace pensar que en el
entorno de nuestro pueblo existiría una cabaña ovina que se aprovecharía de los
abundantes pastos que sin duda cubrirían las dehesas, prados y bosques.
Un dato que pudiera afirmar nuestra convicción de que durante la
dominación musulmana no hubo asentamientos en el entorno geográfico de nuestro
pueblo, es la ausencia de topónimos que contengan raíces de palabras árabes. La
denominación de río Guadalhorce (que en árabe significa 'río del trigo') debió
recibir el nombre en su desembocadura y en los cursos bajo y medio, al
discurrir por las comarcas de Antequera, Álora, Pizarra y la Hoya de Málaga.
Por todo ello nos atrevemos a afirmar, sin temor a equivocarnos, que durante
casi mil años todo el territorio que rodea los pueblos del Rosario y del
Trabuco estuvo deshabitado y cubierto de una espesa masa arbolada.
Desde principios del siglo VIII hasta finales del XVI, todo el Alto
Valle del Guadalhorce quedó despoblado. Las antiguas y bien definidas vías
romanas fueron cegadas por la vegetación, y todo el paraje se tornó un espeso
bosque de encinas, quejigos, álamos, sauces y matorrales; al mismo tiempo, una
rica fauna en la que abundarían los lobos, linces, conejos, jabalíes, buitres y
alimañas, se adueñó sin duda de tan hermoso paraje. A todo ello contribuiría la
abundancia de fuentes y ríos. Las comunicaciones entre la costa malagueña y el
interior se desvían a otros pasos naturales que evitan atravesar tan intrincado
territorio y tan denso bosque; son los puertos de el Boquete de Zafarraya, para
llegar a Granada, y el de La Boca del Asno, para ir hasta Antequera. Éstos son
los caminos que utilizarán los viajeros extranjeros que recorrieron Andalucía
en los siglos XVIII y XIX, y que describirán con todo detalle en sus libros de
viajes.
Se comprende así que existan tantos nombres de parajes que insisten en
la abundancia de árboles: Brosque (deformación del nombre ‘bosque’), Quejigar,
Fresnedas, Nebral (‘enebral’), Saucejo, Endrinar, por los quejigos, fresnos,
enebros, sauces, endrinas y árboles de todo tipo que, hasta no hace ni dos
siglos, hicieron de nuestro valle un verdadero paraíso vegetal. Vestigios de
tal riqueza son los manchones que aún subsisten en los cerros más abruptos, o
las viejas encinas, como la que había en el Gumeo, reliquias centenarias e
inestimables ejemplares de aquella exuberante frondosidad. Aún recordamos con
pena e indignación cómo fue abatida una majestuosa encina (la Jarapona la
llamaban) cuyo tronco no lo podían rodear varios hombres con los brazos
extendidos. Para derribarla tuvieron que utilizar dinamita. Ella sola producía
una cosecha de bellotas capaz de alimentar una piara de cerdos durante varios
meses.
Pero ¿qué ha sido de tanto árbol? Hagamos un poco de historia. Una vez
reconquistada Archidona (y los partidos que de ella dependían entre los que se
encontraba el del Saucedo), el rey castellano Enrique IV, el 30 de julio de
1463 donó dicha villa a don Alonso Téllez Girón, primer duque de la casa de
Osuna. Se tiene constancia de que los primeros repobladores que se asentaron en
lo que ahora es Villanueva del Rosario fueron pastores que aprovechaban los
abundantes pastos y las bellotas que tan generosamente ofrecía aquel terreno
virgen y frondoso. Pero pronto llegarían los leñadores y los carboneros,
quienes harían durante más de cuatrocientos años una sistemática y devastadora
labor de deforestación.
La producción de carbón fue una de las fuentes de riqueza que sostuvo
a la incipiente población. Prueba de la importancia de esta actividad es la
supervivencia del topónimo Carboneras, nombre de una importante cortijada
enclavada en las proximidades del Brosque. Esta impresionante labor de tala
nunca fue paliada con repoblaciones; sólo a mediados del siglo XX se plantaron
algunos pinos en la falda de la sierra. Las tierras roturadas se dedicaban al
cultivo de cereales, olivos y viñas, o al pastoreo, con lo que quedaban expuestas
a un proceso irreversible de desertización, una vez que la erosión y las
lluvias eliminaban la capa fértil y dejaban al descubierto la roca viva y la
tosca.
La sierra ha sido, hasta no hace mucho, la leñera de nuestro pueblo ya
que a ella acudían los más necesitados por cargas de chasca, por taramas o por
raíces. De este modo se ha llegado a arrasar, casi por completo, la capa
vegetal que, entre otras ventajas, libraba al pueblo de riadas y avenidas. De
estos desastres hablaremos en otro capítulo.
Aquí os dejo algunas fotos que tomé a voleo en mis paseos por el campo y por la sierra que nos rodean, panorámicas que dejan maravillados a cuantos se deciden a visitarnos.