En entradas anteriores de la Saucipedia hemos hablado de distintos periodos en la historia de Villanueva del Rosario: Prehistoria, Época Romana, Visigodos y los Mil años de bosques. Es así como llegamos a los inicios de nuestro pueblo, que podemos situar entre finales del siglo XVII y principios del XVIII, y culminar con algunos sucesos acaecidos durante la Guerra de la Independencia
No he podido manejar los documentos en los que se podrían encontrar datos sobre la repoblación y colonización de este territorio, que era entonces dominio y propiedad de la casa de los Duques de Osuna. Para ello habría que consultar los archivos de este ducado existentes en la ciudad de Osuna en Sevilla. Es cosa que dejo en manos de los jóvenes universitarios e investigadores saucedeños, quienes a buen seguro podrán terminar este incompleto trabajo.
Ahora me limito a reproducir lo que sobre esta época escribieron José Nateras y Diego Navas en 1954.
La fundación de
la actual localidad se efectuó en los primeros años del siglo XVIII, recibiendo
entonces el nombre de ‘Puebla del Saucedo’, debido a la abundancia de sauces en
la variedad de llorón o babilonia que se criaban y aún hoy se conservan en las
márgenes de los ríos que atraviesan el término municipal.
Tuvo su origen
en seis caseríos de campo situados en una realenga dentro del territorio
jurisdiccional y solariego del Duque de Osuna, siendo sus primeros pobladores
Cristóbal Navas, Paula Gómez, Juan y Sebastián Pérez Alba y su hermano José,
que con sus familias, los enlaces matrimoniales y la afluencia de otros vecinos
de pueblos cercanos, progresivamente fueron aumentando el primitivo núcleo de
población de forma tal que, ya en los primeros años del siglo XIX sumaban 1378
habitantes.
Las primeras
actividades de estos pobladores fueron la ganadería y el pastoreo, ya que el
lugar eminentemente poblado de encinas y matojos aconsejaban así su
aprovechamiento, si bien posteriormente la dura roturación de terreno fue
abriendo a la agricultura probabilidades de implantación y cultivo, con que se
ha venido ya efectuando hasta nuestros días. Sus costumbres eran sencillas,
destacando la oración, el trabajo y la hermandad entre todos ellos.
Por aquellos
años la población rural fue dotada de su iglesia, que posteriormente y por el
Duque de Osuna fue proveída ya en el año 1760 de pila bautismal y Cura Párroco,
y del Ayuntamiento de Archidona, del que formaba anexo, se proponía al mismo
Duque un Alguacil o Diputado de Justicia, que era la autoridad encargada del
gobierno del anejo y que ya en adelante el mismo Duque de Osuna, como dueño
jurisdiccional, elegía y nombraba por el periodo de un año.
Con fecha 7 de
Octubre de 1812, por las Cortes constituidas en Cádiz se dio un Real Decreto
disponiendo que en los pueblos del señorío que antes eran pedáneos, ejerciesen
los Acaldes constitucionales que en ellos se nombrasen, la jurisdicción civil y
criminal y el territorio o término alcabalatorio que tuviesen señalado.
Amparados en
dicho Real Decreto estos habitantes llevaron a efecto, con la concurrencia de
representantes de los pueblos colindantes, un deslinde y amojonamiento por
donde constaba haber sido la división del término primicial, pero los de
Archidona, desobedeciendo los Decretos de las Cortes referentes a creación de
nuevas jurisdicciones, mandaron un Alguacil Mayor, D. Cristóbal de Aragón, con
Regidor y multitud de gente armada para impedir las labores que se estaban haciendo
en el terreno del término primicial y dieron muerte al Guarda de sembrados José
de Luque Pérez e incendiaron una casa dentro de este término, que era el signo
más notorio de los límites señalados, arrojando a sus habitantes a tiros y
tratándolos de ladrones de los caudales públicos.
No obstante el
amojonamiento fue realizado en el mes de Febrero de 1831.
Por este
tiempo, con motivo de la invasión del territorio por las tropas napoleónicas,
atravesaron los habitantes de este término la época más dificultosa de que se
tiene noticia. El trigo alcanzó un precio tan elevado que llegó a venderse a
ciento veinticinco pesetas la fanega y hubo incluso quien cambió una vaca por
una fanega de dicho grano. (Para tener una idea más aproximada, guárdese en
toda época relación del valor de una vaca con el de una fanega de trigo.)
Los franceses
cometían toda clase de atropellos, entrando a saco en las casas, ultrajando a
sus moradores y llevándose cuanto en ellas se encontraba que fuese comestible o
de alguna utilidad. Por tradición se cuentan todavía detalles horrorosos del
hambre padecida en esta época.
El poco pan que
podían elaborar, lo cocían aprovechando algún descuido u ocasión en que los
soldados franceses no estaban en el poblado, pero en muchas ocasiones llegaban
antes de que los hubiesen sacado de los hornos aprovechándose de él. Los que
poseían algún trigo u otros comestibles procuraban tenerlos ocultos en huecos
entre las paredes de las casas y en las cuevas que existen en la serranía,
donde pasaban la mayor parte del tiempo con sus esposas e hijos para librarles
de las tropelías de los franceses.
Tantos desmanes
no podían ser sufridos con paciencia por estos antepasados, así es que no
perdían ocasión para ejercitar la contrarréplica. Una veces unidos con los
habitantes de la Ciudad de Antequera formaban guerrillas, combatiendo a los
franceses en los sitios en que el terreno les era más ventajoso, en otras
ocasiones, aisladamente les hacían muchas bajas a dichos soldados,
conservándose todavía por la tradición, memoria de los lugares en que algunos
fueron enterrados y otros arrojados a los pozos.
Fin de la cita. No hay más datos que arrojen luz sobre los acontecimientos que tuvieron lugar en nuestro pueblo durante los años que duró la invasión napoleónica a principios del siglo XIX. Lo que sí quedaron fueron leyendas e historias contadas de abuelos a nietos sobre los enfrentamientos entre invadidos e invasores.
La casa donde vivo es una de las más antiguas del pueblo y, entre las cosas que dejaron los antiguos propietarios cuando se la compré, estaba el cañón de un viejo fusil que había sido convertido en canuto para soplar y avivar el fuego de la chimenea. Como se ve en la segunda foto, el punto de mira del arma es una figura de plata que se semeja bastante a la flor de lis, señal de que el arma probablemente era francesa. Decían los antiguos que, como las fuerzas de ocupación eran numerosas y estaban bien pertrechados de armas y munición, los habitantes del pueblo los combatían asaltado a los soldados a traición y los eliminaban sin dejar rastro. Es así como se ha transmitido la leyenda, que yo ahora y aquí os cuento, de que este cañón, convertido en inocente canuto, perteneció al arma que portaba un joven soldado francés al que hace algo más de doscientos años eliminaron nuestros antepasados sin que nunca más se supiera de él.
Así, de la misma manera que los gaditanos cantan aquello de:
Con las bombas que tiran
los fanfarrones
se hacen las gaditanas
tirabuzones
podemos decir nosotros
Con los cañones que traen
los fanfarrones
asoplan los saucedeños
estos tizones.
Hola esta mañana, lo primero que he hecho es mirar el resultado de las elecciones
ResponderEliminar,del cual me alegro mucho ,le mando un abrazo a José Antonio el alcalde, por el
resultado.Con Internet se entera uno de todo.Bueno de la ultima entrega del blog ,decir que gran labor que haces primo ,por aportar tanta información de nuestro pueblo,no dejes de ser como eres ,hasta que el cuerpo aguante ...tu tienes correa para rato y sino que se lo pregunten a tu mujer, un fuerte abrazo .hasta el próximo día.